La chica suplicaba de rodillas con el revolver apuntando a su entrecejo. El cabrón se encendió un cigarro sin dejar de apuntar hacia ella y tras expulsar el humo empezó:
-Sabes, en una batalla, la psicología es un 70% de la victoria... bueno, realmente no sé si es verdad pero en un uno contra uno sí que es necesaria. Tienes que asustar, amedrentar y dominar. Tienes que mentir. ¿Te he dicho lo poco que me gusta mentir? El caso es que es la única manera de ganar la partida así que no me dejan opciones y al final mi mal pulso se templa con un par de cervezas y la estrategia está clara si llego a la conclusión de que el fin justifica los medios.
La chica intentó balbucear algo pero el cabrón apretó el cañón del revolver contra su frente y ella captó el mensaje. El cabrón se sentó como se sientan los polis malos en una silla que puso frente a ella y continuó:
-Sabes, esta situación es ridícula. Ahora tengo tres opciones. Bang, salpicaduras y adiós es la primera... No sé si es acertada o no. Después puedo optar por decir que siento mi comportamiento, ser educado y retractarme, volverme a mi madriguera y adiós. Pero existe una tercera que negarás que se pueda realizar pero la verdad es que ya he aprendido lo suficiente como para saber que sucederá de esa manera. Puedo golpearte con la empuñadura y empezar a gritarte improperios del tipo: eres una zorra y demás. Al poco estarías arrastrándote a mis pies pidiéndome perdón, pidiendo más. El problema es que acabo de invalidar esta última ya que al demostrar que es una estrategia y no algo que sale de las entrañas no es atractivo, no crea ese vínculo.
El cabrón dejó de apuntar a la cabeza de la chica y se dedicó a menear la pistola con cada aspaviento como el que tiene en la mano cualquier otra cosa sin la capacidad de matar.
-Sé que cualquier tía negaría esto pero al fin y al cabo es lo que hay... y quiero que sepas que a mí es al que menos me gusta porque ya te he comentado lo que odio mentir y por lo visto hay que ser un cabrón para ponerle un poco de sal a las relaciones. Yo mismo hubiera pasado de ti si no fueras tan zorra pero el caso es que yo al menos lo reconozco, no como la mayoría de los mortales que dicen querer un aburrido y encantador alfeñique como pareja eterna, alguien que ame, que sea dulce y servicial, un calzonazos, un aburrimiento. Yo al menos soy franco, al menos no suelo mentir en lo que quiero, pero por lo visto es necesario mentir para lograr algunas cosas... Odio mentir... Bueno, ¿tú que opinas? ¿Que crees que debería hacer?
La chica dudó un segundo y cuando iba a hablar el cabrón la cortó:
-Déjalo, tú que vas a decir... Bueno, antes del final con fuegos artificiales ¿quieres un cigarrillo?
La chica asintió con miedo. El cabrón le puso un cigarro en la boca y se cogió otro para él. Después le cogió la cabeza con las manos y la besó en la frente. Apuntó con el revolver a la cara de la chica a la que le caían dos lagrimones por las mejillas y apretó el gatillo. Cuando la chica abrió los ojos una pequeña llama salía de la punta del revolver encendiendo su cigarrillo. Aspiró entre una risa histérica y llantos y el cabrón se fue encendiendo su cigarrillo con el revolver-mechero sin mirar atrás.
lunes, 26 de julio de 2010
miércoles, 14 de julio de 2010
Bares, mujeres y otros atenuantes.
Algunos piensan que llevo la libreta al bar para parecer más interesante, lo cierto es que lo hago para no parecer tan borracho. Alguna vez alguna pérfida musa me ha tocado el hombro mientras estaba despistado mirando el fondo de mi vaso y cuando levantaba la vista aprovechaba para llenarme los bolsillos de falsas esperanzas, solo humo rebozado en palabras, papel mojado porque he vuelto a derramar mi cerveza.
Perdí el mp3 en el mismo lugar que perdí mi alma, mi conciencia y mi consciencia. Carne de bar de los pies a la cabeza. Me paro a pensar y todo lo que he perdido en un bar ha sido por... ¿Adivinan? Una mujer. ¿Qué esperaban? ¿Que fuera la borrachera? No, yo se beber y vomitar y tragar y tragar agua al despertar. ¿Chequear presas me convierte en un cazador o solo si consigo que sirva para algo? Chico atormentado busca una mujer tan puta como él. Experto cazador que pasa de caza menor busca buena pieza que colgar en su salón. ¿ O follamos todos o la puta al río? Joder, el que pueda que disfrute y el que no, onanista por vocación. Miento, miento como un cabrón. ¿Experto? ¿Qué cazador ni que niño muerto? Solo un idiota que quiere acurrucarse entre unas tetas que lo sepan cuidar.
Las dudas son útiles pero crean adicción como todo lo demás. Ser obsesivo o paranoico no es lo mismo aunque en ambos casos acabas mal. El final de curso es el lugar donde las psicosis... ¿Psicosis es el plural de psicosis? Da igual, el caso es que estas psicosis bailan un cha cha chá en las cabezas de los estudiantes justo antes de la época estival. Debería considerarse un atenuante en caso de delito. ¿Lo mataste? Sí, pero era época de exámenes. Entonces quedas absuelto. Quería terminar con una frase genial que hiciese ver que entiendo las circunstancias pero no se me ocurre ninguna.
Perdí el mp3 en el mismo lugar que perdí mi alma, mi conciencia y mi consciencia. Carne de bar de los pies a la cabeza. Me paro a pensar y todo lo que he perdido en un bar ha sido por... ¿Adivinan? Una mujer. ¿Qué esperaban? ¿Que fuera la borrachera? No, yo se beber y vomitar y tragar y tragar agua al despertar. ¿Chequear presas me convierte en un cazador o solo si consigo que sirva para algo? Chico atormentado busca una mujer tan puta como él. Experto cazador que pasa de caza menor busca buena pieza que colgar en su salón. ¿ O follamos todos o la puta al río? Joder, el que pueda que disfrute y el que no, onanista por vocación. Miento, miento como un cabrón. ¿Experto? ¿Qué cazador ni que niño muerto? Solo un idiota que quiere acurrucarse entre unas tetas que lo sepan cuidar.
Las dudas son útiles pero crean adicción como todo lo demás. Ser obsesivo o paranoico no es lo mismo aunque en ambos casos acabas mal. El final de curso es el lugar donde las psicosis... ¿Psicosis es el plural de psicosis? Da igual, el caso es que estas psicosis bailan un cha cha chá en las cabezas de los estudiantes justo antes de la época estival. Debería considerarse un atenuante en caso de delito. ¿Lo mataste? Sí, pero era época de exámenes. Entonces quedas absuelto. Quería terminar con una frase genial que hiciese ver que entiendo las circunstancias pero no se me ocurre ninguna.
lunes, 12 de julio de 2010
Ojitos de rana.
Voy al servicio y me cruzo con esos bonitos ojitos de rana. Intento ser un ávido lector de segundos de fuego cruzado. No voy a lanzar órdagos sobre los sentimientos porque éstos no son más que pequeños bombos de lotería que van sacando números al azar. Pero sí que he aprendido algo de química en estos años y no se pueden negar las pruebas que respaldan la teoría. El caso es que tampoco puedo hacer nada porque ya me até con unas esposas a la tubería del gas y no me puedo mover. Lo único que tengo es una pistola para intentar romperlas y no voy a disparar contra una tubería de gas si no hay una señal. Tal vez un guiño o un pulgar hacia arriba, una cerveza o una sonrisa de bienvenida podrían ser suficiente pero no puedo hacer nada por hacer. Fuera las palabras como corazón o amor, eso nunca salió de mi boca pero yo soy un anarco-hedonista y no puedo evitar pensar en la diversión perdida por el camino. Ya no importa demasiado porque no nos cruzaremos más que de vez en cuando entre las ganas de cerveza y las de orinar, ya solo puedes elegir tú y no parece que nada vaya a cambiar. No hay que olvidar las sonrisas porque es lo único que vale la pena pero tampoco el resto porque algo te enseña.
martes, 6 de julio de 2010
Mercadillo de domingo.
El niño psicótico puso uno de esos mercadillos de domingo en su jardín. Tenía todo tipo de artículos interesantes, únicos y extravagantes a precios de ganga así que supuso que sería fácil hacer negocio. Un tipo de unos cincuenta largos, medio calvo, peinado hacia atrás y con gafas de culo de vaso se interesó por uno de sus artículos. ¿Qué es esto? Preguntó el hombre. Mi mal pulso, excelente para robar panderetas, respondió el niño psicótico. No, ahora en serio, este artículo es una ganga por solo dos euros. Es como una especie de máquina de masajes portátil, su vibración en hombros y otros músculos cargados te traerá una gran paz. Es excelente para no cansarse con los productos de agitar antes de usar... y bueno, entre usted y yo, es mejor que hacerse una paja con la mano izquierda. Te doy un euro por él, dijo el de las gafas. 1´80, 1´40, 1´60, 1´50. Vendido.
El niño psicótico flipaba con un asunto. Tenía en oferta su conciencia como nueva, casi sin estrenar. Cree que la había usado una vez en el parvulario. Pero solo aquella vez, de eso estaba seguro. Todo el mundo que pasaba delante, y eso que estaba solo a dos euros, evitaba mirarla como si fuera pornografía o incluso pornografía infantil. Él ya sabía que si la vendía era por algo, por hacer un poco de hueco en el trastero ya que nunca la usaba, pero no se avergonzaba de tenerla. No pensaba sacarla del mercadillo como si fuera algo inmoral, no podía comprender como la conciencia podía llegar a ser algo inmoral.
En estas cavilaciones estaba cuando vio a un chaval de dieciséis admirando su verdad, su raída y ajada verdad. Recordaba cuando él tenía esa edad y se pavoneaba con su verdad, con el cuello para arriba y llena de tachuelas, como si con ella se pudiera comer el mundo. Pero al mundo no le gustaba la verdad, con los años y cuando las neuronas dejaron de suicidarse por la sobredosis de hormonas de la pubertad se fue dando cuenta de que la verdad trae más problemas que otra cosa. Ya no la usaba y era una idiotez conservarla. ¿Te gusta? Le preguntó al chaval. Sí, no está mal pero no tengo pasta. Pruébatela, propuso el niño psicótico, quería ver que tal le iba. Como un guante, el chaval se subió las solapas y se miró en un espejo. Me queda de arte, dijo. El niño psicótico no pudo evitarlo. Quédatela, te la regalo. El chaval flipó a grito de “De puta madre” y después de darle la mano se fue altivo, dispuesto a comerse el mundo.
El niño psicótico sonreía satisfecho de que ese chaval fuera el nuevo dueño de su verdad cuando una chica mona le preguntó ¿Cuanto por esto? Sostenía en su mano el corazón del niño psicótico. un euro. Me lo llevo. La chica mona puso la moneda en la mano del niño psicótico y se dio la vuelta yéndose mientras apretaba el corazón como si fuera una bola anti estrés. La verdad es que al niño psicótico no le dolió deshacerse de su corazón, además, si no podía dormir con el tictac de un reloj de aguja como iba a soportar el latido del corazón. Pensó que así dormiría mejor.
Un niño de seis años corrió hacia su conciencia y la agarró al verla. Con una gran sonrisa de felicidad se giró hacia su padre y le dijo, Cómpramela. El padre se agachó junto a él y examinó la conciencia. ¿Sabes que si te la compro la tienes que cuidar, verdad? El niño asintió muy solemne y el padre lo miró buscando la promesa en el fondo de sus ojos. Después se levantó y se acercó al niño psicótico. ¿Cuanto? Dos euros. Está en buen estado ¿no? Solo ha sido usada una vez. Bien. El padre pagó y le dio a su hijo la conciencia. Se despidieron y se fueron. El niño psicótico estaba contento, había conseguido tres euros y medio y además estaba especialmente contento por su última venta. Esperaba que el niño usara más su conciencia, y que no le hiciera perrerías, al menos no muchas. Con lo ganado tenía para tres cervezas y estaban abriendo el bar. Ya volvería a montar el mercadillo el domingo siguiente.
El niño psicótico flipaba con un asunto. Tenía en oferta su conciencia como nueva, casi sin estrenar. Cree que la había usado una vez en el parvulario. Pero solo aquella vez, de eso estaba seguro. Todo el mundo que pasaba delante, y eso que estaba solo a dos euros, evitaba mirarla como si fuera pornografía o incluso pornografía infantil. Él ya sabía que si la vendía era por algo, por hacer un poco de hueco en el trastero ya que nunca la usaba, pero no se avergonzaba de tenerla. No pensaba sacarla del mercadillo como si fuera algo inmoral, no podía comprender como la conciencia podía llegar a ser algo inmoral.
En estas cavilaciones estaba cuando vio a un chaval de dieciséis admirando su verdad, su raída y ajada verdad. Recordaba cuando él tenía esa edad y se pavoneaba con su verdad, con el cuello para arriba y llena de tachuelas, como si con ella se pudiera comer el mundo. Pero al mundo no le gustaba la verdad, con los años y cuando las neuronas dejaron de suicidarse por la sobredosis de hormonas de la pubertad se fue dando cuenta de que la verdad trae más problemas que otra cosa. Ya no la usaba y era una idiotez conservarla. ¿Te gusta? Le preguntó al chaval. Sí, no está mal pero no tengo pasta. Pruébatela, propuso el niño psicótico, quería ver que tal le iba. Como un guante, el chaval se subió las solapas y se miró en un espejo. Me queda de arte, dijo. El niño psicótico no pudo evitarlo. Quédatela, te la regalo. El chaval flipó a grito de “De puta madre” y después de darle la mano se fue altivo, dispuesto a comerse el mundo.
El niño psicótico sonreía satisfecho de que ese chaval fuera el nuevo dueño de su verdad cuando una chica mona le preguntó ¿Cuanto por esto? Sostenía en su mano el corazón del niño psicótico. un euro. Me lo llevo. La chica mona puso la moneda en la mano del niño psicótico y se dio la vuelta yéndose mientras apretaba el corazón como si fuera una bola anti estrés. La verdad es que al niño psicótico no le dolió deshacerse de su corazón, además, si no podía dormir con el tictac de un reloj de aguja como iba a soportar el latido del corazón. Pensó que así dormiría mejor.
Un niño de seis años corrió hacia su conciencia y la agarró al verla. Con una gran sonrisa de felicidad se giró hacia su padre y le dijo, Cómpramela. El padre se agachó junto a él y examinó la conciencia. ¿Sabes que si te la compro la tienes que cuidar, verdad? El niño asintió muy solemne y el padre lo miró buscando la promesa en el fondo de sus ojos. Después se levantó y se acercó al niño psicótico. ¿Cuanto? Dos euros. Está en buen estado ¿no? Solo ha sido usada una vez. Bien. El padre pagó y le dio a su hijo la conciencia. Se despidieron y se fueron. El niño psicótico estaba contento, había conseguido tres euros y medio y además estaba especialmente contento por su última venta. Esperaba que el niño usara más su conciencia, y que no le hiciera perrerías, al menos no muchas. Con lo ganado tenía para tres cervezas y estaban abriendo el bar. Ya volvería a montar el mercadillo el domingo siguiente.
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