El niño psicótico puso uno de esos mercadillos de domingo en su jardín. Tenía todo tipo de artículos interesantes, únicos y extravagantes a precios de ganga así que supuso que sería fácil hacer negocio. Un tipo de unos cincuenta largos, medio calvo, peinado hacia atrás y con gafas de culo de vaso se interesó por uno de sus artículos. ¿Qué es esto? Preguntó el hombre. Mi mal pulso, excelente para robar panderetas, respondió el niño psicótico. No, ahora en serio, este artículo es una ganga por solo dos euros. Es como una especie de máquina de masajes portátil, su vibración en hombros y otros músculos cargados te traerá una gran paz. Es excelente para no cansarse con los productos de agitar antes de usar... y bueno, entre usted y yo, es mejor que hacerse una paja con la mano izquierda. Te doy un euro por él, dijo el de las gafas. 1´80, 1´40, 1´60, 1´50. Vendido.
El niño psicótico flipaba con un asunto. Tenía en oferta su conciencia como nueva, casi sin estrenar. Cree que la había usado una vez en el parvulario. Pero solo aquella vez, de eso estaba seguro. Todo el mundo que pasaba delante, y eso que estaba solo a dos euros, evitaba mirarla como si fuera pornografía o incluso pornografía infantil. Él ya sabía que si la vendía era por algo, por hacer un poco de hueco en el trastero ya que nunca la usaba, pero no se avergonzaba de tenerla. No pensaba sacarla del mercadillo como si fuera algo inmoral, no podía comprender como la conciencia podía llegar a ser algo inmoral.
En estas cavilaciones estaba cuando vio a un chaval de dieciséis admirando su verdad, su raída y ajada verdad. Recordaba cuando él tenía esa edad y se pavoneaba con su verdad, con el cuello para arriba y llena de tachuelas, como si con ella se pudiera comer el mundo. Pero al mundo no le gustaba la verdad, con los años y cuando las neuronas dejaron de suicidarse por la sobredosis de hormonas de la pubertad se fue dando cuenta de que la verdad trae más problemas que otra cosa. Ya no la usaba y era una idiotez conservarla. ¿Te gusta? Le preguntó al chaval. Sí, no está mal pero no tengo pasta. Pruébatela, propuso el niño psicótico, quería ver que tal le iba. Como un guante, el chaval se subió las solapas y se miró en un espejo. Me queda de arte, dijo. El niño psicótico no pudo evitarlo. Quédatela, te la regalo. El chaval flipó a grito de “De puta madre” y después de darle la mano se fue altivo, dispuesto a comerse el mundo.
El niño psicótico sonreía satisfecho de que ese chaval fuera el nuevo dueño de su verdad cuando una chica mona le preguntó ¿Cuanto por esto? Sostenía en su mano el corazón del niño psicótico. un euro. Me lo llevo. La chica mona puso la moneda en la mano del niño psicótico y se dio la vuelta yéndose mientras apretaba el corazón como si fuera una bola anti estrés. La verdad es que al niño psicótico no le dolió deshacerse de su corazón, además, si no podía dormir con el tictac de un reloj de aguja como iba a soportar el latido del corazón. Pensó que así dormiría mejor.
Un niño de seis años corrió hacia su conciencia y la agarró al verla. Con una gran sonrisa de felicidad se giró hacia su padre y le dijo, Cómpramela. El padre se agachó junto a él y examinó la conciencia. ¿Sabes que si te la compro la tienes que cuidar, verdad? El niño asintió muy solemne y el padre lo miró buscando la promesa en el fondo de sus ojos. Después se levantó y se acercó al niño psicótico. ¿Cuanto? Dos euros. Está en buen estado ¿no? Solo ha sido usada una vez. Bien. El padre pagó y le dio a su hijo la conciencia. Se despidieron y se fueron. El niño psicótico estaba contento, había conseguido tres euros y medio y además estaba especialmente contento por su última venta. Esperaba que el niño usara más su conciencia, y que no le hiciera perrerías, al menos no muchas. Con lo ganado tenía para tres cervezas y estaban abriendo el bar. Ya volvería a montar el mercadillo el domingo siguiente.
martes, 6 de julio de 2010
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