lunes, 21 de julio de 2014

Comunicando.

Ya nadie llama y es una pena, la verdad. Me da igual si lo inventó Graham Bell o no, es un invento cojonudo y lo estamos echando a perder. Seguimos llamándolos teléfonos pero estas pequeñas maquinitas; entre tanto “me gusta”, tanto “leído” en vez de escuchado, tanta letra, foto, música y mail, nos están acobardando. Debo de estar haciéndome viejo porque echo de menos aquellos tiempos en que había que echarle huevos. Cuando los teléfonos se usaban para hablar y casi todos eran fijos. Tenías quince y te gustaba una chica, te daba su teléfono pero era el de su casa. Cuando por fin reunías las pelotas suficientes para llamarla lo cogía su padre o su hermano e intentando no tartamudear preguntabas por ella. Un incómodo silencio seguido de un “sí, enseguida se pone” entre dientes. Esperas mientras planeas mil comienzos posibles... Vaya subidón al escuchar su voz, es divino, como su risa, sus suspiros y sus silencios que entonces eran en tiempo real. Ahora tiras la piedra y escondes la mano hasta que te la devuelven. Antes lo intentabas cada treinta segundos si comunicaba y perdías los nervios si lo dejaban sonar demasiado por si estabas cometiendo un error. Ahora sólo te llama Movistar o Vodafone o tu madre, que es muy antigua, en el mejor (o peor) de los casos. ¿Dónde está la emoción?


Podéis llamarme vieja escuela o viejo sin más, podéis llamarme incluso gilipollas pero lo importante sigue siendo llamar. ¿Comunica? Pues lo vuelves a intentar.   

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