lunes, 7 de julio de 2014

Nada.

-Hoy he vuelto a mirar, se ha caído otro pedazo.
Ella hace una mueca entre la comprensión y la desidia. Están sentados al borde del mundo, los pies colgando por el acantilado y más allá, la nada.
-Está empezando a entrar la lluvia y por las noches tengo frío.
Ella asiente sin dejar de mirar la nada.
-Habría que hacer algo.
Él no puede dejar de mirarla pero ella no despega su mirada de la nada. Por fin habla.
-Es preciosa. Tan inmensa, tan atractiva que asusta.
Él mira al frente y va bajando la mirada hacia sus pies apreciando la majestuosidad de la nada. -Sí que es bonita, pero no tanto como tú.
El detalle deja entrever una tímida sonrisa en la comisura de esos labios pintados de rojo apagado. Él continúa.
-No tengo miedo de vivir en las ruinas, es otra cosa.
-No tiene sentido vivir entre ruinas.
-Tampoco sentarse aquí a mirar la nada.
Ambos se miran un segundo sin saber cómo continuar, después vuelven a la nada. Él, inseguro acerca su meñique al de ella hasta rozarlo. Ella le corresponde acariciándolo y a él lo inunda una absoluta y ridícula tranquilidad. Cuán ridícula la siente él pero como siempre, lo obvia.
-¿Qué habrá abajo, al fondo? ¿No te lo preguntas?-dice ella.
-Supongo que yo me pregunto otras cosas. El techo, mi dolor, tu sonrisa.
-¿Tendrá fondo? -Sigue ella.
Él separa su mano de la de ella y comienza a liarse un cigarro. Se siente mal cada vez que hace eso. Ella sigue mirando la nada. Él se pone el cigarro en la boca, saca las cerillas y se lo enciende dando una calada intensa, lenta y sabrosa, con parsimonia pero profunda. Al expirar el humo se disuelve en la inmensidad de la nada. La cerilla se consume en sus dedos hasta que la tira por el acantilado. Ambos miran cómo se pierde también en la nada. Él vuelve a su cigarro mientras ella no deja de mirar el punto dónde desapareció en la nada la cerilla. Ambos a lo suyo cuando a su lado se materializa un manzano o tal vez siempre ha estado allí pero ninguno de los dos se ha percatado.
-¿Tienes hambre?
Ella se encoje de hombros. Él, con su bastón, va dando golpes al tronco del árbol hasta que caen varias manzanas. Las acerca también con su bastón y las pone al lado de ella.
-Por si acaso.
Ella sonríe más que nada por complacerle y él la mira una vez más fijamente. Vuelve a su cigarro que está a punto de acabarse. Observa cómo se va consumiendo poco a poco hasta que se lo pone en la comisura delos labios, se pone los cascos y en su móvil busca algo que escuchar. No sabe qué siente ni qué quiere sentir así que no es fácil tarea. ¿Escuchará algo tristemente reconfortante? ¿Algo animado? ¿Algo que le devuelva las ganas de luchar? No se puede decidir así que pone todas sus listas de reproducción en aleatorio. Sonríe al ver que se vuelve a dejar en manos de la suerte y cuando vuelve a mirarla a ella se sorprende al ver que ha llamado su atención. Con el Satisfaction de los Rolling comenzando a resonar en sus oídos despliega su mejor sonrisa. Tira la colilla por el acantilado y mientras ella mira esa ficticia luciérnaga aprovecha para robarle un beso y arrojarse por el acantilado manteniendo aún su mejor sonrisa. Él mira la colilla que le lleva unos metros de ventaja, se da la vuelta mientras escucha el cortante viento por encima de la música. Su sonrisa se tensa aún más mientras ella se hace cada vez más pequeña. Espera que ella lo siga mientras se da cuenta de que su sonrisa era irónica, agónica y penosa. Siente el viento y la cadena que lo une a ella mientras sigue cayendo hasta que ella desaparece. Después sigue cayendo más aún.

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