-Hoy he vuelto a
mirar, se ha caído otro pedazo.
Ella hace una mueca
entre la comprensión y la desidia. Están sentados al borde del
mundo, los pies colgando por el acantilado y más allá, la nada.
-Está empezando a
entrar la lluvia y por las noches tengo frío.
Ella asiente sin
dejar de mirar la nada.
-Habría que hacer
algo.
Él no puede dejar
de mirarla pero ella no despega su mirada de la nada. Por fin habla.
-Es preciosa. Tan
inmensa, tan atractiva que asusta.
Él mira al frente
y va bajando la mirada hacia sus pies apreciando la majestuosidad de
la nada. -Sí que es bonita, pero no tanto como tú.
El detalle deja
entrever una tímida sonrisa en la comisura de esos labios pintados
de rojo apagado. Él continúa.
-No tengo miedo de
vivir en las ruinas, es otra cosa.
-No tiene sentido
vivir entre ruinas.
-Tampoco sentarse
aquí a mirar la nada.
Ambos se miran un
segundo sin saber cómo continuar, después vuelven a la nada. Él,
inseguro acerca su meñique al de ella hasta rozarlo. Ella le
corresponde acariciándolo y a él lo inunda una absoluta y ridícula
tranquilidad. Cuán ridícula la siente él pero como siempre, lo
obvia.
-¿Qué habrá
abajo, al fondo? ¿No te lo preguntas?-dice ella.
-Supongo que yo me
pregunto otras cosas. El techo, mi dolor, tu sonrisa.
-¿Tendrá fondo?
-Sigue ella.
Él separa su mano
de la de ella y comienza a liarse un cigarro. Se siente mal cada vez
que hace eso. Ella sigue mirando la nada. Él se pone el cigarro en
la boca, saca las cerillas y se lo enciende dando una calada intensa,
lenta y sabrosa, con parsimonia pero profunda. Al expirar el humo se
disuelve en la inmensidad de la nada. La cerilla se consume en sus
dedos hasta que la tira por el acantilado. Ambos miran cómo se
pierde también en la nada. Él vuelve a su cigarro mientras ella no
deja de mirar el punto dónde desapareció en la nada la cerilla.
Ambos a lo suyo cuando a su lado se materializa un manzano o tal vez
siempre ha estado allí pero ninguno de los dos se ha percatado.
-¿Tienes hambre?
Ella se encoje de
hombros. Él, con su bastón, va dando golpes al tronco del árbol
hasta que caen varias manzanas. Las acerca también con su bastón y
las pone al lado de ella.
-Por si acaso.
Ella sonríe más
que nada por complacerle y él la mira una vez más fijamente. Vuelve
a su cigarro que está a punto de acabarse. Observa cómo se va
consumiendo poco a poco hasta que se lo pone en la comisura delos
labios, se pone los cascos y en su móvil busca algo que escuchar. No
sabe qué siente ni qué quiere sentir así que no es fácil tarea.
¿Escuchará algo tristemente reconfortante? ¿Algo animado? ¿Algo
que le devuelva las ganas de luchar? No se puede decidir así que
pone todas sus listas de reproducción en aleatorio. Sonríe al ver
que se vuelve a dejar en manos de la suerte y cuando vuelve a mirarla
a ella se sorprende al ver que ha llamado su atención. Con el
Satisfaction de los Rolling comenzando a resonar en sus oídos
despliega su mejor sonrisa. Tira la colilla por el acantilado y
mientras ella mira esa ficticia luciérnaga aprovecha para robarle un
beso y arrojarse por el acantilado manteniendo aún su mejor sonrisa.
Él mira la colilla que le lleva unos metros de ventaja, se da la
vuelta mientras escucha el cortante viento por encima de la música.
Su sonrisa se tensa aún más mientras ella se hace cada vez más
pequeña. Espera que ella lo siga mientras se da cuenta de que su
sonrisa era irónica, agónica y penosa. Siente el viento y la cadena
que lo une a ella mientras sigue cayendo hasta que ella desaparece.
Después sigue cayendo más aún.
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