jueves, 24 de julio de 2014

Es otra cosa...

Nunca me gustaron esas postales en las que el típico monumento está perfectamente iluminado en la noche y perfectamente encuadrado. Cuando de adolescente estuve en París, a mi hermana, de recuerdo, le traje una pequeña ocarina ¿Una ocarina, por qué? Porque era diferente, bonita y aunque no sabía tocarla, al soplar, me hizo gracia su sonido peculiar. Es otra cosa cuando hablo de belleza. El olor del café, levantar la vista del libro para paladear esas últimas palabras, una risa, una brisa o un olor. Una sensación de paz y victoria cuando al hacer el amor llegamos juntos al orgasmo.
Una vez, hace años, volvía de un viaje con una chica de buenos genes, de esas que muchos dirían “me la tiraba hasta reventar”. En mitad del viaje me llamó un amigo y, con cierta socarronería, me preguntó ¿Qué tal el viaje? Mi respuesta: Como viajar con un caniche muy bonito. No es que no sepa apreciar ese tipo de belleza, es que cuando hablo de belleza, me refiero a otra cosa. No se engendra en la córnea, es como una preciosa canción que te araña el corazón y te hace tambalear el alma. Es como mirar al mar que sólo es una masa informe de agua pero no puedes dejar de mirar al punto donde se junta con el cielo, escuchar su rumor constante, aspirar ese olor tan penetrante, tan reconfortante, tan bello.  Pues eso, es otra cosa.

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