martes, 22 de junio de 2010

El idiota que quería volar.

Solo quería un momento tranquilo. ¿Tan difícil es un momento tranquilo? Las cavilaciones y tribulaciones del pobre idiota no tenían cabida en el mundo del mañana. Mañana, sabía, nada cambiaría pero para eso se nace, para esperar la hora de la muerte y él siempre se ponía nervioso en las salas de espera. Aveces solo quería comprobar si podía volar. No se quería tirar por el balcón por suicidarse, solo quería comprobar si podía volar. Aunque el pobre idiota sabía que era imposible, quería intentarlo. Tal vez volara, tal vez se llevaba una sorpresa y empezara a subir o flotar en vez de caer en picado terminando con los sesos esparcidos por la calle. Sería tan genial equivocarse, poder surcar los cielos sintiendo el aire en la cara. Por una vez se sentiría especial, libre, único. Tal vez solo se convertiría en una atracción de feria pero seguro que sería la mejor atracción de feria. Lo entrevistarían en la tele, podría decirle a las chicas: nena, yo sí que te puedo hacer volar. Todo el mundo lo reconocería por la calle y si en algún momento se agobiara de los fans podría decirles que les va a hacer una demostración y escapar. Pero toda moneda tiene su cara y su cruz, están el yin y el yang, en el lado oscuro de la luna no te puedes broncear y nada mola tanto como te hace creer la gran pantalla. Se lo podía imaginar, al contar su historia le saldrían imitadores, más gente intentaría volar. Si lo conseguían él dejaría de ser especial y si no lo conseguían ya podía ver los titulares “Chico de trece años muere despanzurrado contra la acera por imitar al hombre volador”. Todos se pondrían en su contra. Sería un monstruo, ya nunca más especial. Incluso, pensaba, lo podrían encerrar. El pobre idiota tiró la colilla por el balcón y vio como se estrellaba contra la capota de un coche en un destello final. Cerró el balcón y se echó en la cama intentando dormitar.

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