Juan el zombi golpeó un día una lata y al pararse vio escrito en ella: ten cuidado porque el titiritero controla a la muerte y a la doncella. Él no se preocupaba porque sabía que llevaba en el bolsillo una navaja para cortar los hilos que se pusieran en su camino. Los zombis nunca han sido muy listos y no echan cuenta a destinos escritos en latas de cerveza. Él continuó su paseo matutino tranquilamente mientras silbaba. Iba y venía comiendo cerebros, sin prisa pero sin pausa.
Por el parque un olor especial inundó sus putrefactas fosas nasales, era un cerebro pero con un aliño especial. Se giró y vio como tres zombis corrían detrás de esa chica y él cuando se repuso del olor pues corrió también detrás. La vida de un zombi en medio del apocalipsis tampoco es facil, no nos vayamos a creer, aveces hasta le obligaban a correr. Lo bueno de Juan es que antes de ser zombi había sido psickokiller y eso le daba cierta ventaja a la hora de perseguir doncellas por la ciudad. En vez de correr como un loco, optó por un camino subterráneo.
Tras andar un trecho por las cloacas abrió una tapa de alcantarilla. Sacó la cabeza y husmeó. No se había equivocado de atajo, ahí estaba su olor. Olfateo a olfateo iba por las calles desiertas excepto por unos pocos zombis merendando. Al doblar una esquina oyó ruido de gresca y supo que era ella. Corrió y de un portal vio salir un zombi volando. El zombi chocó con la cabeza contra una farola y sus sesos se desparramaron por toda la acera. Juan se asomó dentro del portal y recibió una clase rápida de patadas voladoras. Los otros dos zombis que quedaban dentro estaban recibiendo lo que vulgarmente se conoce como una “somanta palos”. Juan el zombi flipó, se quedó mirando como la chica destrozaba a ambos zombis como la que unta mantequilla sobre una tostada. Juan se sorprendió al comprobar que ella era ninja. La chica le preguntó que si él quería recibir también y como a Juan no le gustaba ver sus sesos desparramados por las esquinas negó con la cabeza. Los zombis no saben hablar pero sí negar con la cabeza.
Una bomba de humo y la chica desapareció. Juan se quedó parado hasta que se fue el olor a azufre. Después volvió el olor condimentado de ese cerebro especial y no pudo resistir la tentación. Aunque la chica había desaparecido entre el humo él sabía que solo podía haber subido las escaleras, además estaba ese olor particular que lo guiaba olfateo a olfateo.
Como no, el olor lo llevó hacia el ático, el lugar perfecto para la pelea final. Abrió la puerta y avanzó. Mientras buscaba por las habitaciones ya podía imaginar como lo iba a cocinar. Porque a pesar de ser zombi, Juan era un caballero letrado de los que comen con tenedor y cuchillo y les gusta cocinar, saborear y disfrutar. Así iba de habitación en habitación pero como no podía ser de otra manera, ella estaba en la terraza mirando al infinito mientras fumaba un cigarrillo. Los zombis no son muy silenciosos así que ella se percató y se giró. Sus miradas se cruzaron y ella preguntó si quería recibir una paliza. Él volvió a negar aunque tampoco se marchó. Al negar, la ninja se dio cuenta: eres el de antes, no soy muy buena para las caras pero me acuerdo de esa negación. Todo se detuvo un momento pero como ante todo Juan era un zombi, se arrojó contra ella sin poder quitarse de las fosas nasales ese olor. ¡Zas! En toda la boca un patadón y a cámara lenta Juan voló hacia atrás. Ella ni tan siquiera se había quitado el cigarro de la boca y le dio otra calada antes de agacharse junto a él. Dijo: Nunca pensáis, pero la verdad es que si pensarais no seríais zombis. Después se largó mientras Juan se fue incorporando con la boca destrozada y ese olor aún en la nariz que ahora echaba sangre putrefacta.
Juan no murió de inanición, ningún zombi que conozca puede morir de inanición, el instinto comecerebros nunca lo abandonará. Pero ya no era lo mismo, ya no saboreaba, ya nada olía igual.
sábado, 19 de junio de 2010
Suscribirse a:
Enviar comentarios (Atom)
No hay comentarios:
Publicar un comentario