viernes, 11 de junio de 2010

Yo quería escribir la posdata perfecta.

Yo quería escribir la posdata perfecta. Ya llevaba unas páginas cuando me encontré en el balcón mirando hacia donde creo que estaba aquel bunker que visité una vez. Creo que se vé desde mi balcón pero nunca lo pude comprobar. Entonces algo hizo clac dentro de lo que queda del queso gruyer que tengo sobre los hombros. Un ratón salió por uno delos agujeros del queso y me susurró que era momento de relajarse y apreciar el sonido de los grillos en medio de la noche. Yo no quería grillos, yo quería esperar y empujar a la noche hacia el alba en que todo se volviera a iluminar y durante la noche, escribir la posdata perfecta. Pero el ratón que siempre fue más listo que yo me hizo recordar como funcionan las cosas de titiriteros y espectáculos en general. Hay momentos en que estás en un punto ciego y si haces señales de humo no se entenderán, volverán a parecer incendios de psicosis de un animal idiota. Yo quería escribir la posdata perfecta y ya le había buscado un nombre genial y era perfecto porque solo un par de personas en este mundo podemos apreciar el chiste. Pero el ratón me dijo que por un momento pusiera a un lado la botella y me hizo releer las páginas con un café en la mano y me volvió a explicar. Hay posdatas que no se pueden escribir en papel, que solo se pueden ver en los ojos para que no haya dudas de que no es por psicosis, si no por simple diarrea verbal, porque te gusta aclarar las cosas y porque todo se entiende siempre mal. Hace falta una cerveza y una hora y tener delante al destinatario. Al ratón no le faltaba razón pero siempre he sido duro de mollera y yo quería empujar a la noche hasta el alba y aún sin dormir disfrutar de un par de rayos de sol antes de volver a soñar.
Supongo que esto sí que es una posdata, pero no la posdata perfecta, solo la que pondrá el punto final a falta de otros dos puntos suspensivos que lo sigan. En un cajón tendré que dejar lo que llevaba de la posdata perfecta a falta de poder invitar al alba a tomar una cerveza y explicar las cosas como siempre me ha gustado, cara a cara, con una cerveza en la mano, y poder acabar con eso de: tómate esta botella conmigo y en el último trago nos vamos. Yo no quería escribir la posdata perfecta porque va detrás del punto final y yo sigo intentado suspender a los otros dos puntos.
Resumiendo, que aún no he podido terminar la posdata perfecta.




Yo quería escribir la posdata perfecta
pero tus tetas ya no eran de frambuesa
y no iba a poder untarlas en nata montada
ni volver a lamerlas
bien rehogadas
en el aceite con que el alba inunda la mañana.

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