sábado, 19 de junio de 2010
Surfing U.S.A.
Los hechos se olvidan rápido, eso nos lo ha demostrado la historia. Pero las sensaciones son otra cosa, surcan el flujo del tiempo y se llevan en un plano astral más difícil de arrancar cuando se cala el motor y más difícil de parar cuando te quedas sin frenos. Por eso me encantan, porque son lo más parecido a surfear que voy a hacer en toda mi vida. A veces no hay buenas olas y si son demasiado grandes la puedes palmar. Pero aquí hemos venido a surfear. Así no puedo dejar de sonreír al recordar que de melopea con mi propio puño clavé con un cuchillo mi corazón de plástico en una lámpara sin bombilla y con forma de luna. Hace un tiempo decidí tatuarme a fuego ciertas reglas en el hueco que queda entre los dedos de los pies para recordarlas paso a paso. La primera fue no parar aunque el fuego de tus pies no deje de abrasar. Una vez al mes sentarse a contemplar las olas al calor de un cigarrillo. Nunca retroceder, como mucho girar. Si no tienes tabla pues robas un tablón del embarcadero. Y la más importante, nunca dejar de surfear.
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